sábado, 16 de diciembre de 2017

MÉRIDA. EXALTACIÓN DE LA NAVIDAD.



Ayer, cuando la noche en Mérida ya era cerrada y el frío hacia presencia en sus calles, en la Iglesia del Carmen, organizado por la Hermandad del Santísimo Cristo del Calvario, tuvo lugar el II Concierto de la Exaltación de la Navidad, en cuyo acto y como exaltador de la misma intervino el ilustre emeritense, José Pérez Garrido, el cual realizó una brillante Exaltación cronológica de los hechos acaecidos hace más de dos mil años, comparándolos con si los mismos hubieran transcurridos en la época actual, así como las enseñanzas que desprendían los personajes que intervinieron en aquella primera Navidad.


A continuación transcribimos la brillante oratoria del exaltador:


La Navidad y sus personajes


“El ángel de Dios anunció a María. Y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo”

Y tenemos al primer personaje de la Navidad. El ángel Gabriel. El anuncio del ángel a una virgen, María, desposada con un varón de la casa de David, marca el inicio de los acontecimientos. El ángel se presenta ante ella, y la saluda: “Salve, llena de gracia, el Señor es contigo”. María se turbó y pensaba ¿Qué saludo es éste? ¿Qué quiere decir? A continuación el ángel le da todas las explicaciones de la Anunciación.  El enviado de Dios cumple con la misión encomendada por el Altísimo de anunciar el misterio y la grandeza de la Navidad.

El segundo personaje es la propia Virgen María. Y todo cuanto le dice el ángel le tiene que parecer, en principio, incomprensible.

¿Qué pasaría por la mente de María? ¿Qué misterio es éste de concebir sin conocer varón? ¿Quién se lo puede creer? ¿Quién se lo va a creer? Tuviera María dudas o no, lo importante es la ACEPTACIÓN. Ella acepta sin rechistar, sin poner pegas, sin saber cómo se iba a producir ese “milagro”.

“He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.”

Y María acepta. Acepta sin condiciones. Acepta con todas las consecuencias. Y a pesar de su aceptación seguirían las dudas… ¿qué pensará mi esposo José? ¿me va a creer? Porque, en la época actual, puede suceder que una mujer con inseminación artificial llegue a concebir pero… ¿hace más de dos mil años?

Y dice San Mateo: “José, su esposo, siendo como era justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto.” Ya tenemos nuestro tercer personaje: José, un hombre bueno, que no quería exponer a María a público escarnio, a la vergüenza pública, y toma la decisión de dejarla en secreto. Decisión que no lleva a efecto porque un ángel de Dios se le aparece en sueños para decirle que no tenga recelos en recibir a su esposa María porque lo que se ha engendrado en su vientre es obra del Espíritu Santo. Y le dice: “Así que parirá un hijo a quien pondrás por nombre Jesús; pues él es el que ha de salvar a su pueblo y librarle de sus pecados.” Y José, cuando se despierta, hizo lo que le mandó el ángel del Señor, y recibió a su esposa María.

José tuvo CONFIANZA en los designios de Dios que le transmitía su ángel. Y así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: “Sabed que una virgen concebirá y parirá un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel que traducido significa Dios con nosotros”.


 ¿Y nosotros? ¿Tenemos confianza? ¿Somos receptivos a las llamadas que Dios nos hace? ¿Confiamos en sus mandatos? O quizá nos resulta más fácil vivir el día a día y no implicarnos en nada. Hay mucho trabajo que hacer y pocos obreros, se necesita mucha mano de obra y los laicos estamos llamados a la colaboración en nuestras parroquias, no lo olvidemos.

Poco después María visita a su prima Isabel. Nuevos personajes. Dos mujeres embarazadas por los designios de Dios. Isabel, de edad avanzada, estéril, que también había sido bendecida por Dios para ser madre de Juan el Bautista, el precursor del Mesías. Y María para ser madre de Jesús, el Hijo de Dios. Y estos dos personajes, Isabel y Juan, al sentir la llegada del Mesías, todavía en el vientre de su madre María, muestran su alegría: Juan en el vientre de su madre dando saltos de placer y júbilo, e Isabel se llena del Espíritu Santo y proclama: “¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! Y ¿de dónde a mí tanto bien que venga la madre de mi Señor a visitarme?”

Muestran su ALEGRÍA Y RECONOCIMIENTO. Alguien tuvo que inspirar a Isabel para que pronunciara tan bellas palabras cuando llama bienaventurada a María. La llama bendita y reconoce el fruto que lleva en su vientre como el Señor.

María se quedó unos tres meses ayudando a su prima. SERVICIO.
Isabel, de edad avanzada, necesitaba ayuda y María se la presta en estos primeros meses de su gestación. Siempre está dispuesta a servir.
¿Y nosotros? ¿visitamos y servimos? Hay muchas personas que necesitan nuestra visita y nuestra ayuda: amigos que hace tiempo que no contactamos con ellos y pueden necesitarnos; personas solitarias que ya no tienen  familiares que les acompañen y que reduzcan un poquito su soledad; enfermos, que sufren su enfermedad con más o menos resignación y que necesitan un aliento, una llamada, una visita…

Gracias a un edicto de César Augusto que mandaba empadronarse a todo el mundo en la ciudad de su estirpe, se cumplió la profecía de Miqueas: “Y tú, ¡oh Betlehem llamada Efrata!, tú eres una ciudad pequeña respecto a las principales de Judá; pero de ti me vendrá el que ha de ser dominador de Israel, el cual fue engendrado desde el principio, desde los días de la eternidad.”

Así que José, que era de la casa de David, y su esposa María, tuvieron que marchar desde Nazaret en Galilea hasta Belén de Judea para empadronarse. Camino, camino… ¿qué irían pensando o hablando en el camino? Ir ahora a Belén, sin familia, sin amigos, próximo el alumbramiento… Y en aquella época no tenían vehículos para desplazarse como hoy en día, ni carreteras asfaltadas. Una mujer embarazada a lomos de una mula, casi sin fuerzas, y su esposo andando al lado… camino de Belén. Camino de humildad, camino de servicio, camino de pobreza, camino… de amor y de esperanza. Hoy en día hay muchas personas que se desplazan igual, aunque no vayan a empadronarse, simplemente buscando un mundo mejor que el que tienen en sus países de origen. ¿Les ayudamos a recorrer el camino? ¿Estamos dispuestos a acogerles, a integrarles en nuestra sociedad o en nuestro ambiente?

Y llegando a Belén no encontraron posada.

No encontraron sitio. Si vinieran hoy… ¿lo encontrarían? ¿abrimos nosotros nuestros hogares, nuestras casas, nuestros corazones para que habiten junto a nosotros? Desplazados del entorno en el que vivían, como hoy en día con los miles y miles de desplazados o de refugiados, ¿les acogemos? ¿preparamos nuestras “posadas” para que puedan refugiarse?

Tenemos y debemos hacer un alto en los preparativos materiales que hacemos en estas fechas en nuestros hogares. Parar un momento de tanto adorno, tanta comida, tanto regalo, y preparar nuestros hogares, nuestros corazones, para la llegada del Niño Dios.

 “Y el Verbo se hizo carne, Y habitó entre nosotros.”

Y estando en la búsqueda de algún lugar para pasar la noche, a María le llegó la hora del parto. Encontraron un humilde establo donde pudieron guarecerse y allí parió a su Hijo, envolviéndole en pañales y recostándole en un pesebre.  Y aquí nos llega el personaje central de la Navidad. Jesús niño, pobre y humilde, el Mesías, el Señor, el Salvador. Y como decía la sevillana, qué buen ejemplo nos dio, que siendo el rey de todo el mundo en un pesebre nació. No eligió nacer en el seno de una familia poderosa, rica o noble. Qué va. Nació en una familia humilde, trabajadora, honrada, sencilla, pobre, que en muy poco tiempo tuvieron que asumir y aceptar tantas sorpresas y tantos cambios en sus vidas.

Y esto es la Navidad: el nacimiento de un Niño que es Dios y es humano, esta es la gran alegría para la humanidad. Dios está con nosotros.

El siguiente personaje en realidad es un grupo: los pastores. Dice San Lucas: “Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre su rebaño. Se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvía con su luz, quedando ellos sobrecogidos de gran temor. Díjoles el ángel: No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría, que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías, el Señor, en la ciudad de David. Esto tendréis por señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre.”

¿Cómo se quedarían los pastores tras oír el cántico de los ángeles?: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”… ¿qué pensarían? ¿nos están tomando el pelo? Con lo calentito que se está junto a la hoguera ¿vamos a buscar un lugar desconocido, pasando frío? Menos mal que algunos pastores sensatos dirían… “vamos a comprobarlo”. Y tras ver que era cierto cuanto les había dicho el ángel, tras ver a María, a José y al Niño, después de adorarle, se volvieron glorificando a Dios.

¿Y nosotros? ¿Nos lo creemos? ¿Vamos corriendo a comprobar si Jesús  ha nacido en nuestro corazón, en nuestro hogar? ¿O preferimos quedarnos al calorcito de la lumbre y que sean otros los que descubran al Niño?

El ángel que vino a anunciar la buena nueva… ¿a quiénes se dirigió? No fue a la plaza del pueblo, ni a los palacios, ni a las posadas, ni a los ricos, ni a los poderosos. No. Fue a comunicárselo a un grupo de hombres sencillos, pobres, humildes, trabajadores. El Niño Dios nace en una familia humilde, los primeros en saberlo son personas humildes, pobres. Ellos son los primeros que le ven, los primeros que se emocionan, los primeros que le adoran, y se fueron glorificando y alabando a Dios.

“María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón.” Si lo pensamos fríamente… ¿qué pasaría por la mente de María? ¡Cuántos acontecimientos en unos meses! Anunciación. Embarazo de su prima Isabel. Embarazo de María. Visita a Isabel. Nacimiento de Juan. Vuelta a Nazaret. Desplazamiento para empadronarse. Nacimiento de Jesús. Y ahora todos estos pastores. ¡Cuántas cosas maravillosas han sucedido con este Niño! Hijo del Altísimo según el ángel, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin.

Nosotros debemos recibir la buena nueva con la mente abierta, receptiva. Y adorar y amar al Niño sin condiciones. Y glorificar y alabar a Dios, como los pastores, emocionados.

“Llegaron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella al oriente y venimos a adorarle”. Nuevos personajes. Unos magos, hombres sabios, que vienen desde lejos, guiados por una estrella, a adorar a un rey, desconocido para ellos, que acaba de nacer. Menos mal que les guiaba una estrella porque si no hubiera sido así… ¿dónde habrían buscado? ¿en algún palacio?
 Porque buscaban al rey de los judíos, y un rey, normalmente no vive en los suburbios. Y fueron a Belén siguiendo la estrella que se paró en el lugar, un establo,  donde estaba el Niño con María y se arrodillaron ante Él y le adoraron. Le ofrecieron sus regalos: oro como rey, incienso como Dios y mirra como hombre.

La revelación a los magos tuvo que ser muy importante para reunirlos y para recorrer el camino entre sus países de origen y Belén. Y traer cada uno los regalos específicos para el Niño. Ellos se dejaron guiar por la estrella y pudieron llegar al final de su viaje, cumplir la misión que se habían impuesto de ver y adorar al Niño rey. Y no hicieron caso a las peticiones del rey Herodes, ¡de todo un rey!, que quería información sobre el Niño, y no para adorarlo precisamente. Y habiendo recibido un aviso en sueños se volvieron a sus países de origen por otro camino distinto sin avisar a Herodes.

Nosotros también debemos dejarnos guiar por las estrellas que aparecen en nuestro camino, en nuestra vida, por los avisos que se nos vienen sin que nos demos cuenta, y cumplir nuestra misión como cristianos. El amor a Dios y a los demás debe ser nuestra meta.

Y esta es la Navidad. Unos días en los que estamos especialmente dichosos y felices por la alegría del nacimiento de Jesús. Y ese ambiente de Navidad debemos tenerlo todos los días del año. Jesús tiene que nacer a diario en nuestros corazones. Debemos estar receptivos, abrir nuestro corazón a su llegada, acoger su Amor y repartirlo entre los hermanos.

Abrirnos para que entre en nosotros y no nos deje nunca. Ser cada uno el pesebre donde Jesús nace día a día, y ahí que crezca y nos llene de Amor para después compartirlo.

A Jesús no tenemos que ir muy lejos para encontrarlo. Está aquí en medio de todos nosotros que estamos reunidos en su nombre y está ahí detrás en el sagrario. Y está en los parados, en los hogares humildes, con los pobres, con los necesitados, con los emigrantes. Ayudemos a los hermanos necesitados y estaremos recibiendo al niño Jesús realmente.

Vivir en cristiano exige que tengamos coherencia entre nuestra fe, nuestras creencias y lo que vivimos. No podemos creer en una cosa y vivir y practicar otra bien distinta.

Y es en este aspecto donde las Hermandades y Cofradías tienen que ser ejemplares, como lo son. Ya no se limitan a las actividades durante la Semana Santa. Su labor es continua a lo largo de todo el año, pero es en esta época navideña cuando se manifiesta de una forma especial su compromiso con los más necesitados. Todas las cofradías con la Junta de Cofradías al frente redoblan sus esfuerzos para ayudar a las familias más humildes. Os animo y me animo a seguir en esa línea dando ejemplo como cristianos.

Con la esperanza de que todo esto se cumpla, queridos amigos, os deseo una Feliz y Santa Navidad.


José Pérez Garrido.



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