martes, 23 de noviembre de 2010

MANIFIESTO LEÍDO EN ALMENDRALEJO, EL PASADO VIERNES 19-NOV

YO NO LO QUITO

Queridos ciudadanos de Almendralejo y todos aquellos que venís de otros lugares. Gracias en nombre de los padres del Colegio Público Ortega y Gasset, de los que soy el mero portavoz.
El pasado Jueves día 11, reunidos en Asamblea General, se acordó por unanimidad y aclamación la lectura del presente manifiesto en la noche de hoy.
El art. 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos establece que “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; así como la libertad de manifestar su religión o creencia, individual o colectivamente, tanto en lo público como en lo privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.
El art. 16.3 de la Constitución Española establece:
“Se garantiza la libertad religiosa, y sus manifestaciones, sin más limitaciones que la necesaria para el mantenimiento del orden público y la ley”. “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española...”.
La famosa Sentencia del Tribunal de Estrasburgo, por un supuesto similar de una madre finlandesa que vive en Italia, está recurrida en apelación ante la Gran Sala del mismo Tribunal de Estrasburgo, por el Estado Italiano, por lo que no es firme y no nos vincula, pues se dictó expresamente para un caso concreto. Tampoco era de aplicación en ese asunto el art. 16.3 de la Constitución al tratarse de la Constitución italiana que nada establecía al respecto. A ese recurso de apelación del Estado Italiano se han unido 20 países más. El Consejo de Europa, del que depende el Tribunal de Estrasburgo, en su Carta de fundación afirma y recalca «el vínculo inquebrantable» de los pueblos de Europa con los «valores espirituales y morales que son su patrimonio común».
Igualmente ha sido reconocido en el “Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales”, de 4 de noviembre de 1950 (art. 9). También ha sido plasmado en la “Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea”, que ha sido incorporada al Derecho comunitario europeo por el Tratado de Lisboa, firmado el 13 de diciembre de 2007, y que ha entrado en vigor el 1 de diciembre de 2009.
En ningún caso puede politizarse este asunto, ni estrictamente darle una dimensión religiosa, pues tiene un trasfondo cultural y social que es nuestro más firme argumento. No queremos imponer credo o religión a nadie. Respetamos absolutamente la libertad de todos los padres que tengan las creencias religiosas que estimen oportunas o que del que no las tenga. Por ello las clases de religión son opcionales. Pero no podemos consentir que, totalitariamente éstos, nos impongan su “no creencia” a todos los demás, pues el crucifijo, no es sólo un símbolo religioso sino socio-cultural, consustancial a nuestra civilización desde hace dos mil años.
Según reciente encuesta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) dependiente del Ministerio de la Presidencia, aprox. el 78% de los españoles se consideran cristianos. Esta cifra es muy superior a la suma de los votantes de los dos partidos mayoritarios, dado que la encuesta es sobre el conjunto de los españoles, mientras que en las elecciones hay un alto porcentaje de ciudadanos que se abstienen.
Por tanto, con esta medida nos encontramos ante una iniciativa que no responde en absoluto a ninguna mínima demanda social, antes al contrario, atenta contra nuestra Constitución Española y misma esencia del patrimonio cultural e histórico y el sentimiento que más identifica y unifica a todos los españoles y occidentales en general.
Resulta impensable cruzar nuestra geografía o escrutar nuestra más remota o reciente historia, ni excavar en el sentimiento de cualquier ciudadano de a pie, sin encontrar no ya vestigios, sino la omnipotente presencia de la cruz por nuestras vidas, ciudades, pueblos o monumentos.
Desde la Filosofía o el Derecho de Leandro e Isidoro de Sevilla, Francisco de Vitoria, hasta el Teatro o la Novela de Lope de Vega, fray Luis de León, Calderón o Cervantes; la insondable Poesía de Juan de la Cruz, Teresa de Avila, Pedro de Alcántara, y atravesando los siglos hasta llegar sin ruptura de continuidad en este camino, el canto a la liturgia de García Lorca, al sentimiento religioso de Unamuno, Marañón, Menéndez Pidal, Juan Ramón Jiménez, Azorín, Pio Baroja, o Julián Marías.
Habría que clausurar el Museo del Prado y todas las pinacotecas, que, salpicadas por toda nuestra nación, evocan un sentimiento milenario, una cultura universal que cristaliza en este pueblo, de forma pujante y permanente desde el Beato de Liébana hasta el Cristo cósmico de Dalí, paseando la mirada enmedio por Velázquez, Murillo, Zurbarán, El Greco, Goya, Rosales, Sorolla...
Si nos adentramos en la vida de la persona, desde sus más profundos sentimientos, sea cada cual del color o adscripción política que sea, observaremos cómo la inmensa mayoría de los gobernados, buscan derramar las aguas bautismales por sus recién nacidos hijos, las primeras comuniones, bodas, cómo miran atónitos el silente paso de la Cruz en la Semana Santa, o perciben el brillo destelleante de la estrella de Belén que brilla en los hogares y colegios desde una punta a otra de Europa.
Y los nombres de las advocaciones que congregan a millones de españoles en romerías, ferias, algaradas, y festejos bajo el nombre del Cristo de Medinaceli o de la Buena Muerte, o bajo el manto de la Macarena, Guadalupe, Almudena, El Pilar, Monserrat, La Coronada o La Piedad, y del que dan buena fe el nombre de pila con el que nos conocen y con el que somos legalmente inscritos.
Y nuestra muerte, y la muerte de los nuestros. La inmensa mayoría de los mismos gobernados de hoy, como los de ayer, son despedidos del mundo ante un Cristo clavado en un altar y quedan sepultados para siempre con una cruz, sobre su corazón ya frío.
El símbolo de la cruz, atraviesa nuestra forma de vivir, de sentir, nuestra historia, pintura, música, literatura, escultura, arquitectura, filosofía y derecho, que podemos afirmar que no podría concebirse a España y a sus habitantes, sin la presencia latente y patente de esos cruzados maderos.
Su transversalidad es tan profunda, y a la vez, tan altiva, como consustancial son con nuestra geografía nuestros más preciados valles y escarpadas y prolongadas cordilleras, o los anchos ríos que cruzan nuestra poblada piel de toro. Es tan fuerte el ímpetu de su realidad en nuestras vidas, aún en la de los no creyentes, como el abrumador e imponente verdor de nuestras cepas y olivos. Es parte de nuestro paisaje, de nuestra genética social, de nuestra entraña colectiva, y lo es en tal manera, que no reconoceríamos, ni desde el más puro agnosticismo, a nuestro pueblo, sin la presencia de la cruz.
Cualquier antropólogo o sociólogo, por mínima que fuere su cualificación o dotación intelectual, no puede negar que, arrancar la cruz de una pared de todos, es pretender ingenuamente arrebatar el alma a nuestro propio ser, renegar absurdamente de nuestro patrimonio histórico-cultural más indiscutible, que nos se puede elegir y que es el que es, y que además coincide con el actualmente deseado y escogido por la inmensa mayoría de los españoles para expresar sus momentos más profundos y transcendentes.
No es democrático ni tolerante gobernar dando la espalda al sentir de un pueblo, a sus raíces. La libertad nos hace ciudadanos, y porque somos tales, somos libres para asumir una elección. Podemos ver en la cruz un signo de liberación o un residuo histórico. En realidad evoca valores universales. Cada cual le dará el valor conforme a sus convicciones, creencias o increencias. Podemos ver en un árbol la magnificencia de la naturaleza, o un mero objeto que nos proporciona sombra. Para el no creyente, no significará otra cosa que un objeto más. Para quien rece otro credo, ha de asumir con respeto que se encuentra en el contexto de una sociedad libre que tiene un pasado y un presente a que ha venido a insertarse.
Nadie puede negar el derecho de los recintos futbolísticos o de las sedes de los partidos políticos a exhibir sus emblemas o símbolos, o a pasear con clara ostentación pública de éstos en lugares comunes como son las calles o plazas de nuestro pueblo. Si molesta la cruz, habrá que derruir gran parte de nuestros mejores edificios situados en nuestras calles, clausurar museos y bibliotecas públicas o retirar todas las lápidas del cementerio público. El argumento es el mismo para todo. Si cedemos en lo uno, nos acabarán imponiendo lo otro.
No podemos elegir nuestra historia, ni la orografía del terreno que nos circunda, ni el clima de nuestra zona, ni el código genético que nos define, ni el color de la hierba o el de nuestros propios ojos.
He aquí un supuesto donde se estaría decidiendo con claro desprecio de la mayoría social de los padres y en contra de los intereses generales de los mismos. No resulta admisible a estas alturas de una civilización más que forjada, en un Estado de Derecho del siglo XXI, con el pretexto de regular la libertad religiosa, suprimirla a capricho de unos pocos. Somos ciudadanos, no súbditos.
Hacemos un llamamiento a la serenidad y la concordia. Este acto no es contra nadie, sino a favor del sentir mayoritario de un pueblo que esta noche ha salido a la calle a defender sus convicciones. Estamos convencidos de que nuestras Administraciones van a respetar la Constitución Española que todos aprobamos en 1.978. Llamamos a todos a la integración de inmigrantes y no inmigrantes en el pueblo, en la civilización en la que han decidido vivir, que nosotros no le hemos impuesto, y que con pleno talante democrático, asuman el sentir abrumadoramente mayoritario de un pueblo, haciendo con ello un auténtico alarde de tolerancia, cultura y solidaridad.

YO NO LO QUITO

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